Desde la ventana del viejo café
percibo como cae la lluvia
y a la gente que corre en busca abrigo.
Me pregunto donde podré ocultar mi alma
para que no la aprese la tristeza.
Conservo mis ojos bajos y una sonrisa helada
se dibuja en mis labios impasibles.
Mis labios que besaban delirantes
cada parte de tu cuerpo hasta sentir,
que éramos los dos uno de tan ceñidos.
Tus largos y mágicos dedos, tan hechiceros
dibujantes de milagros sobre mi piel desnuda,
tiemblan impacientes sobre la pequeña mesa,
temerosos del huracán de mis reproches.
Una suave melodía nos envuelve,
el dolor es una espada cruel que me traspasa.
Pero orgullosa me presento ante ti,
sin demostrar que me rompo en pedazos.
Tratas de decirme de muchas formas,
el porque me estas dejando.
Me dices con un apenas un susurro
que no alcanzo mi entrega,
para ser por tu amor distinguida.
¡Ay!... Quisiera correr y dejarte atrás,
gritar como una delirante,
arrancarme el cabello y rasgar mis ropas.
Pero… ¿para que hacerlo?
Solo el que amo alguna vez intuiría mi pena.
Alzo los ojos buscando en los tuyos
el dulce amor que antes veía.